A nivel mundial, las estimaciones sobre la violencia muestran que al menos 1 de cada 4 mujeres sufre violencia doméstica y que la mayoría de los actos violentos, particularmente las agresiones físicas, son perpetrados por hombres.
En México, las estadísticas señalan que:
• 7 de cada 10 mujeres sufre violencia doméstica.
• 67% de la población femenina del país mayor de 15 años de edad, ha padecido al menos una situación de violencia.
• El 43.2 % de las mujeres mexicanas que viven en pareja son víctimas de algún tipo de violencia por parte de su compañero, ya sea física, emocional, económica, o sexual.
• 29.9% de las mujeres mexicanas han sido víctimas de discriminación, hostigamiento, acoso y abuso sexual en los espacios laborales.
• Al menos 23.5% de las mujeres en México es víctima de violencia corporal y maltrato físico, que les ha provocado daños permanentes o temporales.
• 25.8 % de las mujeres en el país sufren de violencia económica.
• 37.5% sufren de violencia emocional.
La violencia contra las mujeres es un problema de denigra a la sociedad, atenta contra los derechos humanos y deja secuelas familiares y sociales irreversibles.
Los derechos de las mujeres, se ven violados todos los días en todos los lugares, países y culturas, sin importar el nivel socioeconómico o el grado de escolaridad, de tal forma, que la violencia ha llegado a formar parte del estilo de vida de muchas familias, sitios laborales y hasta de sistemas políticos y gubernamentales, manifestándose de forma física, verbal, psicológica, sexual, social, o laboral e impidiendo o coartando dos de los principales derechos que además son necesarios para el cumplimiento de sus múltiples roles como mujer: el de la educación y el de la atención de su salud.
Entre las formas de violencia destacan:
– La física y verbal en el hogar que sin duda es la más practicada.
– Las violaciones por ajenos y parejas.
– La trata de mujeres y niñas.
– La prostitución forzada.
– La pornografía infantil.
– El abuso en situaciones de conflicto armado.
– Los asesinatos.
– La esclavitud sexual.
– El matrimonio, la unión libre o el embarazo forzado y/o temprano.
– Los asesinatos por razones de honor, que se practican en varias culturas.
– La dote, como si la mujer fuera un objeto de venta.
– El infanticidio femenino.
– El ignorar las necesidades, opiniones o deseos de la mujeres.
– La selección prenatal del sexo en favor de bebés masculinos.
– La mutilación genital femenina y otras prácticas y tradiciones que aterran y atentan contra la dignidad de la mujer como ser humano.
Y qué decir de: la asignación obligada de trabajos domésticos, la falta de oportunidades educativas y laborales incluyendo el rechazo en la participación en puestos directivos y ejecutivos, la injusta asignación del dinero familiar y de los alimentos, la falta de atención de su salud, el acoso sexual o intimidación por jefes, familiares y amigos, la explotación a mujeres migrantes, o simplemente el ignorar las necesidades, opiniones y deseos o sea los derechos de todas las mujeres, entre otras más.
Pero ¿por qué se justifica la violencia intradoméstica? Cuando uno de los integrantes de la pareja, acumula tensión, enojos y frustraciones derivadas de problemas laborales, económicos, familiares, de salud y otros, reacciona de manera violenta y como aparentemente hay un “pretexto”, esto se va convirtiendo en una forma de vida, en la que las personas se acostumbran a ella y la viven como si fuera natural, sin darse cuenta que poco a poco los episodios de violencia son cada vez más frecuentes y más intensos.
Una de las razones más importantes para “justificarla” es porque generalmente proviene de personas a las que queremos y dicen querernos y a cada etapa de agresión se va sumando la del perdón (que se traduce en permiso), lo que hace de este un problema creciente y cada vez más frecuente.
Generalmente el hombre expresa su enojo y la mujer intenta calmarlo y evita hacer aquello que le pueda molestar, cree erróneamente, que puede controlar la situación y a menudo justifica la conducta de su compañero.
Una realidad grave, es que no solamente termina justificando la violencia, sino que se siente agradecida y prefiere no enojarse al pensar que ese incidente pudo haber sido más grave.
Ante el cansancio por la tensión y el miedo y la vergüenza de que alguien más lo sepa, la mujer se empieza a refugiar en ella misma a pesar de que la tensión sigue aumentando y el hombre que se sentirá cada vez más desesperado, utilizará cualquier pretexto para insultarla, humillarla y gritarle, en este momento la autoestima de la mujer, está destruida.
Después se pierde toda forma de comunicación y entendimiento, sobreviene una descarga de agresividad y de tensión acumulada en el hombre y se pierde el control, entonces aparecen los golpes y hasta el abuso sexual.
Casi siempre el hombre que golpea a la mujer, considera que con eso le está dando una buena lección. Después de la agresión viene la culpa y la duda de lo sucedido y las personas agredidas justifican su conducta bajo cualquier pretexto, sienten culpa y responsabilidad de los hechos, intentan tranquilizar al maltratador siendo amables, serviciales y cumpliendo sus deseos, no saben qué hacer y rara vez buscan ayuda. La vergüenza, el miedo, el amor por los hijos y/o hijas, entre otras razones le impiden dejarlo o denunciarlo.
También se presentan todo tipo de justificaciones por parte del agresor. Entre los pretextos más utilizados están:
– «Estaba borracho o drogado, no sabía lo que hacía».
– «Eso me pasa cuando estoy muy cansado».
– «Con tanto trabajo y el estómago vacío es fácil que me ponga así».
– “Es que no aprendes, tú tienes la culpa de mi enojo.
– «Tú sabes que en mi familia todos somos así de bravos cuando nos hacen enojar».
La siguiente etapa de este círculo vicioso es conocida como “luna de miel”, cuando el maltratador se arrepiente, pide perdón y promete que no volverá a ocurrir. Es amable, cariñoso, complaciente, generoso y encantador. Sabe que ha ido demasiado lejos e intenta reparar el daño. La mujer confía en que todo será distinto, tiene la esperanza de que nunca más volverá a pasar algo igual y cree firmemente que con amor y disposición ella puede ayudarlo a cambiar. Esta etapa hace más difícil que la mujer termine con la relación.
Sin embargo, estos episodios se repiten una y otra vez y a medida que pasa el tiempo, la violencia es más severa, es más fácil reconocer a la pareja como un agresor y darse cuenta de que se tiene que buscar ayuda.
Pero el problema no termina ahí, los hijos aprenden que lo que están viendo y viviendo es «normal» y este problema se convierte en una herencia interminable que parece crecer cada vez más, a pesar de los esfuerzos por eliminarla.
No quedarse calladas es la mejor opción, denunciar a pesar de todo, porque un «valiente» termina de serlo, hasta que el «cobarde» se lo permite. Bajo ningún motivo o pretexto se justifica la violencia hacia ninguna persona.

